Sylvia en la Boda
Sylvia logró una media sonrisa. El chiste era casi gracioso y Jorge no era tan malo. Después del día que había tenido en la clínica, ella estaba contenta por tener un gin and tonic en la mano.
No solía tomar alcohol. Ella y su esposo eran miembros de una iglesia bautista conservadora. Su esposo, Ken, servía como diácono, y el consumo de alcohol no se permitía. Ken cantaba canciones de veneración a Díos en la iglesia. La mejor amiga de Sylvia, Diana, también cantaba canciones veneración a Díos en la iglesia. A veces, cantaban juntos, Ken y Diana.
Sylvia no cantaba, pero había criado a dos hijas, y era enfermera en una clínica donde atendía personas viejas.
Un día, después que ella había hecho la colada y hecho la cama de agua, Ken le dijo que había tenido un romance con Diana y estaba enamorado de ella. El mundo de Sylvia fue destruido.
Pero esta noche, ella no pensaba en eso. Hacía tiempo, suficiente tiempo, y a ella le gustaba el bigote de Jorge. Le gustaba la forma en que se reía de sus propios chistes. Estaba contenta que lo había traído a la boda.
Maria Juanita en la Boda
Maria Juanita tenía hambre. No era raro que tuviera hambre. Había tenido hambre por los últimos veinte años. Desde que su gato, El Maravilloso, fue atropellado por un coche.
Ella había salvado a El Maravilloso de las calles cuando era un gatito. Él era el mejor gato, muy tierno, tan gracioso, y por supuesto fiel. Maria Juanita y El Maravilloso hacían todo juntos. Cuando Maria Juanita miraba su novelas favoritas con un taza de té, El Maravilloso se sentaba a lado de ella lamiéndose las patas. Cuando Maria Juanita preparaba la cena con su música de ópera, El Maravilloso bailaba en la cocina meneando la cola. Y cuando Maria Juanita dormía en su cama rosada, El Maravilloso dormía en la almohada a su lado, soñando sus sueños gatitos.
Para Maria Juanita, había sólo uno El Maravilloso. Y para El Marvilloso...¿quién sabe? Era solo un gato.
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